31 ago 2010

Libreta ª



El quinto juego
Persistentemente el mismo discurso, el resucitar un fondo, el extraviar los sentidos volviendo a la polvareda de ese legajo. Todas las noches de aquel año me dedicaba a ello con gran esmero. Mi mano transcribía a gran velocidad lo que mi mente le dictaba. No tenían porque ser cosas sobre los huéspedes ni se trataba ni mucho menos de explicar los pormenores del quedar contigo ni tan siquiera se trataba de grandes imágenes hipnagógicas.  Tampoco era un cierto crepitar; quizás me acerque a una especie de magia bizarra. A mi destino eterno, al; maus titi, maus. ¡A la deriva capitán! Esas pequeñas voces que llenan los mares, la parte de otra parte en medio del flujo alegre en espera de una fuerza impulsora. Todas las noches por la madrugada acabando agotado sobre el escritorio, ¡Todas! En un duermevela que no me cansaba en absoluto, las ojeras eran mi estío.    La cama relegada para alguna que otra siesta para alguna que otra lectura hacia la utilización de ese secreto. Hable con mi hermano sobre esto, le comenté el afán de que mi manuscrito pasara a la historia de esa forma y con esa luz. Sudor, dolor, un foco de luz y un hombre que se queda dormido noche tras noche en su escritorio agotado de tanto esfuerzo. No tardé en que me garantizara su cuartada contra todos los pertrechados historiadores del futuro. Entendió el porqué de mi manuscrito en este mi discurso abriendo de adquirir tal disfraz. Fuerzas invasoras. Color y ruido. Buena música para los que venían a mi casa y pasaban por mi cuarto y veían la puerta entreabierta observando la pintura mía como si se tratara de un cuadro de Rivera; escenas terribles de martirios con miembros rezumando sangre entre la ferocidad instintiva de un determinismo poético. De este modo esgrimiendo la pureza de amigos y ajenos pude configurar un eje temático oscuro surgido de la verdad  de un juego cargado de visualizaciones progresivas, cargas explosivas, diálogos de sordos, hipoacusia, humor e ironía, cristalizaciones, ferocidad instintiva, infralevedad, aislamiento masivo, analogías, beatifico, sereno y puro como el calor que se disipa.
                                  AÑO CERO                                                    
Q
ue el discurso no ha terminado, no se puede correr el riesgo de pensar en las delicadeces que nos depara el futuro.  Esa extraña lucidez que nos devela las palabras incompletas. Me digo y me repito que todo esto que veo y siento se acerca más a mi objetivo real. No, no podemos. Líneas  mágicas.  Lo vuelvo a ver otra vez alto y claro como un perro viejo que campa a sus anchas por- entre la oscuridad de la noche. Perro viejo que corre, que vive para esto; para ver como su cara se balancea de arriba a abajo en el medio de la carrera. Vive de la caza. Mira a la luna con ojos de un devenir inerte. Sube por la colina donde crecen los viñedos y un poco más arriba nace el bosque. Los ruidos de la noche a través de su aparente mutismo. Como tal la noche no calla, son muchos los pequeños ruidos extraños que vibran en las tripas de cada ser que permanece en vela. Cae la noche y entre algunos viejos arboles algo agita la hojarasca.  Esa misma noche recuentros. La gorda canta y anuncia.  Solos. La noche. Solo en la noche. Sentarte en ella entre las llamas. Es su lenguaje, como tal nos violenta. No es el nuestro.
 AÑO CERO.


       
 

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